MARRUECOS: UN ENEMIGO

El sometimiento y la humillación del ministro de Exteriores José Manuel Albares frente a su homólogo marroquí, Nasser Bourita, constituye una bochornosa expresión del rol secundario que España juega en el Mediterráneo occidental.

HUELVA, 21 DE ABRIL 2025.

El encuentro conjunto ha tenido lugar el pasado jueves en Madrid. Y no ha perdido la oportunidad el ministro marroquí de echar en cara a quienes defendemos la autodeterminación del Sáhara que, manteniendo esta postura, seremos responsables de que los refugiados saharauis sigan sufriendo penalidades en los campos del desierto argelino.

Así de claro y así de contundente. Todo ello bajo la mirada complaciente, aunque quizás no demasiado orgullosa, de Manuel Albares. Que, como diplomático experimentado que es, quizás albergue un mínimo de escrúpulo en lo que concierne a la traición a todas luces del ejecutivo de Pedro Sánchez al pueblo saharaui. Nación de la que España, según el Derecho Internacional, es tutelar. Modificar la tradicional postura española sin nada a cambio (que sepamos, o que vaya a saberse) para aceptar considerar el Sáhara como una región ‘autónoma’ dentro del Reino de Marruecos es venderse a uno mismo y vender a un pueblo entero.

Porque hace falta mucho cinismo para obviar que el Sáhara fue ocupado por la fuerza y militarmente por Marruecos, y administrado junto a Mauritania hasta que este país renunció. Durante todos estos años, los marroquíes han operado una limpieza étnica de una dimensión que no tiene nada que envidiar a otras más conocidas. Sin que nadie, salvo Argelia, estuviese dispuesto a hacer nada por remediarlo. Admitir ahora que el sacrificio de todas estas víctimas por la independencia de su país ha sido en vano es una vergüenza histórica y una mancha en su expediente con la que España tendrá que cargar durante mucho tiempo.

Marruecos, que se ha apoyado en la protección que le otorgan Estados Unidos y Francia, ha utilizado y utiliza la presión de la inmigración ilegal (tanto la procedente del propio Marruecos como la proveniente del África subsahariana) para obligar España a adoptar políticas favorables a sus intereses. Como también utiliza el tema de los acuerdos de pesca para hacer eso mismo. Sabedor de que sería una tragedia que ningún gobierno se podría permitir el que los barcos españoles tuvieran prohibido faenar en sus aguas territoriales. Mientras todo esto sucede, Marruecos se arma hasta los dientes a la par que España es incapaz de destinar una inversión a sus Fuerzas Armadas para mantenerlas en un estado mínimamente digno.

Sorprendentemente, quienes están dispuestos a apoyar la autodeterminación de Cataluña o el País Vasco, se la niegan al pueblo saharaui. En otro ejemplo más de que es eslogan aquél de que la política exterior gubernamental española se rige por el respeto a los Derechos Humanos, es mentira. Miles y miles de refugiados lo atestiguan, como por otro lado las autoridades marroquíes saben perfectamente.

España debe darse cuenta de que Marruecos no es un estado amigo, sino un estado enemigo. Y esto no tiene que ver con los pueblos sino con los gobiernos. Qué buena noticia sería para Madrid saber que en Rabat impera un régimen amistoso con España y que no tiene la más mínima intención de someterla a chantajes recurrentes. Pero no es el caso. Más bien al revés. Marruecos lleva años preparándose para fagocitar los intereses españoles en la región y coinvertirse en el aliado predilecto de Washington y potencia dominante en el oeste del Mediterráneo.

Como en otros tantos asuntos, la irracionalidad del gobierno socialista sólo puede explicarse por alguna suerte de razón oscura que se nos escapa. O quizás, tan sólo sea la ceguera ideológica mezclada con la cobardía, que prefiere mantener los sillones y los escaños cómodamente a echar un pulso con una potencia enemiga que, más tarde o más temprano, llegará. La cuestión es cómo nos coja. Más vale que nos vayamos preparando.