TRABAJO Y VIVIENDA
- Pablo Gea

- 21 jun
- 2 Min. de lectura
Estas son las dos preocupaciones fundamentales de los ciudadanos. La presión fiscal está claro que no sirve para solucionarlos.
HUELVA, 21 DE JUNIO 2025.

La indignación desatada por la exposición de la corrupción que anida en el núcleo del PSOE, como también en el mismo entorno de Pedro Sánchez, no sólo se basa en su misma existencia. Los partidos políticos ponen el énfasis en su carácter inaceptable, pero obviando que dicha corrupción se genera en sus propias entrañas. No es necesario comprender el complejo entramado orquestado por los Cerdán y los Ábalos de turno, sino detenerse en el hecho de que, mientras unos hacen números a la hora de entregar su declaración de la renta, otros viven a cuerpo de rey en las habitaciones de los prostíbulos.
Pocas veces el lado más sórdido del indeseable fenómeno de la corrupción se ha mostrado con una contundencia total. Hay quienes afirman que se trata de un punto de inflexión. Expresión que ha perdido su carga dramática porque, hoy, todo es un punto y aparte. No obstante, yo soy de los que opina así. Porque la materia particular de este caso de corrupción escenifica como pocos la distancia entre la propaganda y la realidad. Mientras que los partidos que están hoy en el Gobierno nos sermonean constantemente desde la atalaya de la superioridad moral sobre cómo tenemos que hablar, cómo tenemos que comportarnos, qué tenemos que comer, cómo tenemos que pensar y, sobre todo, sobre que hemos de asumir calladitos todas las prohibiciones que por nuestro bien se nos imponen, ellos se gastan nuestro dinero en vivir a todo tren.
Olvidémonos de Koldo. Reparemos en si Yolanda Díaz viste como los obreros a los que dice representar. Mientras siga diciéndolo, claro. No. Lo cierto es que las subidas continuas de los impuestos, tanto directos como directos, no van dirigidas a una mejor Sanidad, una mejor Educación o una mejor Justicia. Van encaminadas a que los nuevos reyezuelos de la progresía vivan con unos estándares de vida que, muy probablemente, casi ninguno de sus votantes alcanzará jamás. Una estafa en toda regla, sazonada con unas capas de cinismo que cada día se vuelve menos tolerable. Si todo ello fuera verdad, los servicios públicos españoles serían los mejores de Europa, cuando la realidad es que a la Administración le importamos un pimiento los ciudadanos comunes. A la que hay que soportar, por lo demás, el engreimiento y la arrogancia de quien se sabe invulnerablemente arropado por el poder.
Mientras, el empleo es cada vez de peor calidad y la vivienda se antoja un lujo tan sólo al alcance de quien se beneficia de las mordidas de los contratos públicos negociados por Santos Cerdán. Una peineta en toda regla a todos los trabajadores, que ahora no pueden albergar la más mínima duda de que el Gobierno se ha estado riendo de ellos durante estos siete años.









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